La rebelión del bichejo

La rebelión del bichejo

De la verdadera historia de los sucesos de Rijogrande

Llegó la pandemia de la COVD-19, y poco más tarde el confinamiento con su lado oscuro, el negacionismo.

Aburrido como estaba, pese a tener perro y comerse este la mascarilla cada vez que intenté ponérsela (eso es lo que les contaba a los guardias cuando me pillaban) me dio por imaginar cómo lo hubieran pergeñado los munícipes de Rijogrande teniendo en cuenta que para el cacique y sus adláteres las leyes son meras recomendaciones, los derechos un engaño para que la gente se crea feliz sin serlo, y la moral algo que quedó obsoleto con el nacimiento de la picaresca.

Quizás pueda sonar irreverente escribir esta novela sobre un tema tan dramático, pero me guío por la opinión de Sigmund Freud:

"El humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo".

Y yo me adapté como pude porque era, y soy, eso que llaman persona de riesgo, así que prefiero reírme de las amenazas que dejarme dominar por ellas.

Llega la pandemia a Rijogrande de la mano de sus nativos emigrados mayoritariamente a Madrid, causando los estragos que cabe esperar en una población pequeña, con un hospital mal equipado, y sin posibilidad de incrementar los recursos. Al menos, de forma legal, cuando no claramente delictiva. En resumen, una provocación para los munícipes rijograndeños.

Añadamos a lo anterior que el cacique actual se reconoce como un psicópata sin diagnosticar, y se suceden extraños crímenes por un quítame allá ese contagio que vuelven locas a las fuerzas de seguridad de la localidad.

Suerte que en medio de tanto desastre, entre grotesco y dramático, también florece el amor, e incluso se consuma. Pero entrar en detalles ya sería adelantar finales, o como dicen los modernos del pueblo, practicar un espóiler a mala follá.

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